martes, 3 de diciembre de 2013

El antropoide

Autor : Yell Sacanni
A medida que yo me voy haciendo un poco antropoidal, con los años, por la inercia del eterno retorno, el antropoide se va humanizando, se va civilizando, se torna filosófico y melancólico. El día que se me muera mi antropoide me habré convertido en un bibliotecario y estaré definitivamente acabado. 
Hay que llevar el antropoide como el domador lleva su tigre, pasearlo por la vida. Al antropoide le aburre que yo lea periódicos, y se pone a mirar para otro lado. Está impaciente por arrojarse al cuello de alguna mujer. Se pasa uno la vida tratando de educar al antropoide, y cuando lo tienes casi completamente urbanizado, resulta que eres tú mismo, que es lo mejor de ti lo que empieza a fallar, a selvatizarse, a rebelarse. 
Hubo un tiempo en que el antropoide quiso ser poeta, pero echaba muchos borrones. No pude hacer de él un amanuense. Luego abandonó definitivamente sus actividades espirituales y se ha pasado la vida queriendo volver al bosque, olfateando la llamada de la selva. La mano del antropoide es la misma que escribió los sonetos de Shakespeare, porque hay quien consigue mayores domesticaciones con su antropoide, y toda la cultura es un ejercicio circense en el sentido de que se obtiene domesticando a una fiera, educando a una bestia, humanizando a un mono. 
El antropoide me traiciona mucho por la nariz, y de nada vale que uno esté leyendo o escribiendo, aséptico, porque el antropoide usa libremente de mi pituitaria y olfatea mujeres por doquier. Tememos al antropoide, es cierto, pero lo que más tememos, en el fondo, es que se nos muera.   He conseguido que aprenda muchas cosas, que lea a Nietzsche —que tampoco era mal antropoide— y a Juan Ramón, que goce a Proust y recite a Quevedo, pero no he conseguido que le guste la música. Al fin y al cabo, la literatura y la pintura —también le gusta la pintura— son artes selváticas, maniguas de palabras y colores, pero la música, aunque Nietzsche la sienta tan dionisíaca, es una estilización de algo, no se sabe bien de qué, y el antropoide no está para estilizaciones. 
Come correctamente, aunque no siempre, y puede transformar una cópula en un poema, una masturbación en un ensayo y un grito en una sonrisa. Me da pena, ya, verle tan bien educado, tan correcto, tan resignado. La melancolía del hombre adulto es una melancolía de domador. Lo mismo que debe sentir el domador, si es sensible, cuando ha conseguido someter al viejo tigre, urbanizar al noble león. Las mujeres vienen buscando al antropoide, aunque no lo digan, y sólo una perversión de la cultura les ha hecho preferir al antropoide que sabe versos, citas y títulos de libros. 
Uno siempre queda un poco monosabio, con una mujer, si sabe cosas, porque ellas ponen en evidencia al mono, lo hacen aparecer, y una vez el mono en escena, lo mejor es que se comporte como tal. Lo que nos da inseguridad frente a la mujer es que su sola presencia suscita al antropoide y uno se da cuenta de eso, o no se da cuenta, pero comprende que todo lo que diga y haga como escritor, como hombre, como intelectual, como amigo, como ciudadano, quedará un poco postizo, falso, circense, porque el antropoide ya está ahí y no hace sino recitar su papel o el nuestro. «Pues lo hace muy bien este antropoide, parece un académico», es lo más que pueden pensar ellas, secretamente. Porque ellas tampoco pueden dejar de ver y mirar al antropoide, aunque vengan buscando de buena fe al escritor, al amigo, al desconocido. 
Toda situación entre hombre y mujer es siempre tensa y falsa porque hay un tercero entre ellos, un antropoide que va y viene, se impacienta e interrumpe de vez en cuando: «Bueno, empezamos o qué». Sólo cuando se ha dado suelta al antropoide y él ha liberado lo poco que le queda de tal, la mujer y el hombre vuelven a verse como ciudadanos, desasistidos ya de toda boscosidad, desvalidos en la cultura, arrojados del paraíso, convertidas en libros todas las manzanas del árbol de la ciencia. Ahora estamos más a gusto, pero más tristes. Melancólicos. 
Los latinistas lo llaman tristeza post coitum. Es que se ha ido el antropoide.

Francisco Umbral - Mortal y rosa

24 comentarios:

Juan Nadie dijo...

¿Hay alguien que no haya leído "Mortal y rosa"? Ya está empezando a hacerlo, y no admito escusas. En este caso no es opinión totalitaria (mis opiniones en ningún caso lo son, aunque algunos en su ceguera piensen lo contrario), es sentido común y consejo que me agradecerán.

Javier Krahe, enorme.

Sirgatopardo dijo...

Hombre, yo lo acabo de leer siguiendo un consejo tuyo, y, mal que me pese, suscribo la recomendación.

jose dijo...

Pues sí que es bueno este texto, pero yo no he leido ese libro... y quizá no lo haga nunca.
(qué manía de dar consejos)

Sirgatopardo dijo...

Los abuelos "cebolleta".

Juan Nadie dijo...

Vale, Jose, tú mismo. Te lo perderás y no podrás vivir con ese peso :-)

marian dijo...

Pues yo sí lo leeré, a pesar de no estar de acuerdo en algunas cosas con él en lo que he leído.

Sirgatopardo dijo...

Harás bien.

marian dijo...

El antropoide es masculino y femenino, es que parece que para él fuese solo masculino, que la mujer fuese la única que pone en evidencia al mono masculino (como que el mono necesitase ayuda para eso:) o la culpable de las inseguridades masculinas.
Le diría que a lo mejor los hombres que piensan como él son los que buscan disfrazar a su antropoide con "perversiones culturales" para impresionar a mujeres impresionables, y cuando no impresionan, recurren al antropoide domesticado para justificar sus frustraciones.

marian dijo...

A mí no me gustan muchos de los roles femeninos que existen, y que muchas mujeres intentan sacar partido de ellos, especialmente buscando compañía masculina, tampoco algunos de los masculinos buscando la femenina. El antropoide está, de eso no hay duda, pero tod@s vamos y venimos con él, el tercero no es otro antropoide, puede ser el disfraz que nos colocamos muchas veces, o la barrera de protección que nos ponemos.

Sirgatopardo dijo...

O es un simple ejercicio literario.

marian dijo...

No sé, no sé, me da que no, que hay mucho de él en el texto.
Pero por lo literario creo que merece la pena leerlo.

Sirgatopardo dijo...

Claro, a mí personalmente, no me importa lo que escriban, sino como lo hagan.

Sirgatopardo dijo...

En el fondo todos tenemos algo de razón.

marian dijo...

Claro. Pero bueno, yo no he venido a hablar de mi libro:)

Sirgatopardo dijo...

Esa fue buena.

marian dijo...

Bueno, depende sobre lo que escriban también, aunque lo escriban muy bien. A mí sí me importa si se pasasen. No es el caso de este texto de Umbral, pero sí creo que está "afectado" culturalmente por una generación, en concreto, en lo que respecta a la mujer.
En lo encabronao que parecía estar a veces, seguro que no le faltaban razones para estarlo, pero yo siempre he visto en él, detrás de esa fchada, mucha ternura.

Juan Nadie dijo...

Ahí le has dado, esa última frase es clave. Yo conozco bastante bien la obra de Umbral, después de haberme leído miles de artículos (desde cuando escribía en EL PAÍS) y decenas de libros, y lo que deja entrever Gatopardo es cierto: Umbral era fundamentalmente Literatura.

jose dijo...

... y un acomplejado de no te menees!

Juan Nadie dijo...

No sé por qué dices eso. Por cierto, lo de decenas de libros dejadlo en 12, que son los que tengo en casa.

jose dijo...

Siempre me dió esa sensación, y este texto parece que la corrobora.

marian dijo...

Algún tipo de complejo tenía. No sé si por su experiencia personal con ellas o por sus prejuicios culturales o propios.
Pero algo tenía contra las mujeres, a pesar de lo que le gustaban. Pero si pensaba que se le acercaban solamente por sus dotes intelectuales o su fama, igual tenía complejo de inferioridad.

marian dijo...

O de superioridad, según se mire.

Sirgatopardo dijo...

Esto parece el diván de Freud...

marian dijo...

Que pase el siguiente:)