viernes, 20 de junio de 2014

Adeus

Autor : Tim Clark "bikeriders"

POESÍA FUNERARIA

Indiscutiblemente, en casas de arriendo,
a la ribera del pan y su situación aldeana de sombrero de sol,
contra empleados grandes o desesperados
y viudas terribles, que desprenden cabellos de estructura amarilla,
así moriremos, tal vez, al bramar contra la montaña.
Después de haber gastado electricidad y pantalones,
sudando terror y dignidad de asesino al cual van a fusilar los aterrados soldados,
y mirando, con la dentadura repleta de misterio,
cómo la querida mujer ya estará ruinosa y rajada de años, y enormemente
grandiosa de grandiosidad inútil,
y aprieta su triste carne contra las murallas,
o estará llena de llamas, como en la época del durazno que fue paloma, y cuando nos miramos ante un muerto.
Se destruye la esperanza humana, la azucena,
y su escudo va corroyéndose de herrumbre entre azules tiestos y serios difuntos
en espectáculo,
luego se gasta la gana llevada adentro
y unos orines con cementerio azotan este sepulcro de condición boreal, que el catre parece,
resonando.
No haber bebido,
¡ah!, no haber bebido más tinajas del principal vino tinto, del substancial elemento de abejas
eternas,
no haber tenido el cintunón del general de tribu,
y aquella gran cama tirada de mundo a mundo,
en donde creciesen bestias agrestes,
abejas de funeral, panteras del tormento a la guitarra, relampagueando,
y una gran espada roja
con la cual escribir la revolución proletaria,
y, en aquellos millones de atardeceres,
en los que nos sacamos los zapatos, sollozando,
no haber venido la luna desnuda
que florece, eternamente, a consolar a los moribundos.
A la criatura, cómo se le despluma y cómo se le inunda, a la simultaneidad, el reflejo
de materia de sepulcro,
porque es lúgubre cuando fallan las glándulas,
y en lo hondo del hígado del hombre se deshojan las violetas.
Hay que poseer el heroísmo de agonizar correctamente,
clavando los dedos de los ojos y su puñal en la tiniebla acumulada,
sin abandonar la voluntad de podrirse.
Ahora, si sabemos de qué manera las plantas de los pies rajan la miseria solar y alguna vez le oímos la bala a la tumba,
y el oro y el hecho en la garganta se nos va a atajar.
Si catre de bronce adquiere, morirá el burócrata contento como gusano,
con la lengua afuera entre la familia,
enderezando su conciencia de bruto y de pájaro y de siervo,
como quien levanta la casa
y la va a ubicar en donde concluyen las cosas.
Se apagaron todas las lámparas, gotea el viento, y el sol toma la forma del embudo.
En aquel entonces entenderemos al que asaltó y degolló a la humanidad para comprarle
laureles a su amiga,
al que edificó su tribu en la plaza pública gritando como acero,
al que desgarró mujeres y naciones y se revolcó con todos los relámpagos, en la sociedad
y sus potreros de desventura,
y no nos entenderemos nosotros, porque todo ha sido inútil y se ha perdido:
un traje, heroico de terrores, cubriendo tiempos eternos, y el infinito alimento provinciano,
morir en colchón, enormemente estupendo y afligido,
rempujando amargos carros de tercera, rempujando empeños, rempujando
cantando, rempujando abismos, rempujando palomas, abandonados,
porque el que se muere es él y su corazón, el que se muere, entonces,
y a quien invaden las poderosas arenas, el mar océano, su caballo gris, y la
perla obscura, que está dentro de la naranja,
aunque se designe Lucho o Domingo o Pancho.
Los que ardientes y alegres estábamos,
cabelleras de sepultura arrastrando, nos iremos descomponiendo y haciendo aceite,
haciendo narices, haciendo gusanos, haciendo historia,
hasta que quedemos desnudos, sin carne, sin entrañas, sin huesos,
nosotros, sin nosotros,
solamente un agujero de lo que fuimos, cuando con esto éramos esta misma lengua,
cuando ni siquiera el hombre
nunca fue lo que quería y lo que podía, nunca,
y toma, también, hacia la vida dispersa,
cansado e insatisfecho, como los caballos del idealista.
Allí, una sola uva será igual a una culebra y a una idea, o a un becerro de parafina,
y el escorpión sobre muchachas en violeta,
o anidará la araña religiosa en cuna de pájaro, desnudándose;
deshojando sus árboles, los acontecimientos
cubrirán el rol de la hoja caída, su silabario amarillo;
a tal altura, miserables botellas de soldado,
la espantosa necesidad de agarrarse a los propios suspiros, arañándolos colchón abajo,
derrumbándose,
cuando inicia la agonía su invasión de naufragio, de inundación tremenda,
y pierden los muebles hecho, empieza a hacerse uno todo girando, gritando, rodando en vorágine,
para que caiga ahí el difunto en su pellejo.
Rosas sobre negro y negros pueblos de viento,
amargura en fermentación de adioses, temporal de tripas a las lágrimas, creciendo los pelos en la obscuridad su alarido.
No digamos el porvenir de sollozos,
cuando la futura ciudad con nosotros cal y cemento organice,
entonces, soledad colosal del átomo,
contra nuestra forma y su ámbito: su ámbito, ¡oh! naufragado corazón,
la intimidad desencadenada,
su no oído grito, su grito tenaz, su grito de sangre que perece,
recuperando el terror inicial.
Solamente, no haber podido nunca comprender adentro, en los huesos,
que lo substancial no somos nosotros, nuestro proceder, nuestros zapatos,
nuestros amores, nuestros sentidos, nuestras costillas, nuestras ideas,
sino el universo infinito y la sociedad aclamándolo,
la energía histórico-dialéctica, expresándose por la persona y la transitoriedad de la persona,
sobre estos atados turbios y polvorosos,
que pudiesen ser manzanas o pólvora grande,
la afligida costumbre, el héroe,
lo abandonado, lo obscuro y copretérito en las burocracias acumuladas,
el afán de afanes, tantas cosas duras con pecho rosado,
en las que ubicamos nuestro poderoso amor y su látigo — y a alga marina su calzón echaba aroma-,
porque la abrazábamos desnuda, se ponía más bonita,
riéndose, blanca como plata o como agua, al agitar la bandera negra del pelo contra los desiertos,
encima de éste, aquéste montón de terror en el que nos morimos.
He ahí la conciencia y el ser, mezclándose de árboles incendiados y panoramas, a la canción pretérita,
revolviendo sesos y versos en la memoria —un grande espacio—, y entra el muerto
a la izquierda, y aquel pájaro en cántico de los álamos del cementerio,
peleando con nosotros, agusanados, como sardina podrida, o embalsamados en caricatura de almacén triste,
Porque tiene gusto a muerte la comida,
y olor a adiós y a muerte la piel y todos los negocios,
la fruta, la plata, la ropa, la sepultura,
y sólo la hoz y el martillo nos alumbran la materia,
como grandes casas de hierro con incendio.

Pablo de Rokha

26 comentarios:

Juan Nadie dijo...

Tremendo poema de Rokha, uno de los grandes de la poesía chilena, del que imperdonablemente aún no he puesto nada en "Salvo el crepúsculo". Me has dado la idea.

Sirgatopardo dijo...

Fue un soplo del amigo Antonio. De quíén si no...

marian dijo...

Lo leeré detenidamente, porque solamente lo he leído por encima. Mi padre murió el martes, conmigo, los dos solos, viví su muerte (qué paradoja) serenamente y él se fue también serenamente, y eso es un gran consuelo.

Sirgatopardo dijo...

Un abrazo.

marian dijo...

Muchas gracias, Gato.

Juan Nadie dijo...

Lo siento mucho, Marian, de veras. Un abrazo.

carlos perrotti dijo...

Qué estés bien, Marian, como seguramente descansa tu padre.

carlos perrotti dijo...

Poema vorágine del que la muerte es parte...

Sirgatopardo dijo...

Vorágine es el término.

marian dijo...

Muchas gracias, Charlie.

marian dijo...

Estoy bien, Carlos, tocada (normal:), pero bien.

marian dijo...

Intenso el poema. Estaba bastante cabreado, eh.

Sirgatopardo dijo...

Eso parece.

jose dijo...

Me entero ahora.
Abrazos, Marian.

marian dijo...

Gracias, José. Te los agradezco, me viene bien:)

jose dijo...

El poema no me gusta nada.
Este muchacho debería centrarse un poco.
Aclarar ese cacao mental que nos muestra sin cribar.
O es que quizá mis gustos sean muy clásicos.

marian dijo...

A mí hay partes que sí me gustan y otras, absolutamente nada. Creo que es buena apreciación la tuya, José, en cuanto al cacao mental que muestra sin cribar.

jose dijo...

Para mi la poesia es fondo y forma.
Sin fondo, mal. Pero sin forma, casi peor.
Y todo ello unido por el ritmo, sin el nada es poético.
(para mi)

Juan Nadie dijo...

Hombre, muchacho ya no es, murió en los años sesenta, y está considerado como uno de los poetas de Chile, junto con Neruda, Huidobro y Mistral. Neruda creo que le puteaba un poco.
Creo que es un buen poeta, aunque este poema no es de los mejores, lo siento. Esto quiere decir que me gustan más otros, no significa otra cosa.

jose dijo...

lo dije en broma, lo de muchacho.
Lo otro es serio, como lo siento yo.

Sirgatopardo dijo...

Pues sí no os gusta, os aguantáis..........y a leer a Bécquer y las golondrinas.

Sirgatopardo dijo...

¡hala! Volved a por otra....

jose dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
jose dijo...

Ese sí que tenía ritmo ;-)

marian dijo...

Y carácter:)

Juan Nadie dijo...

Es que no todo lo tremendo es bueno por el hecho de ser tremendo. Es impactante... y, a veces, nada más, que tampoco es el caso... o, yo qué sé...